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New Deal - 112 - Mi historia personal, el viaje de Fermín Lorente

Mi historia profesional, el viaje de Fermín Lorente

Lo que no te mata te hace más fuerte.

Quedarse huérfano de padre con 3 años en un pueblo pequeño cuya gente vivía del campo mediante su esfuerzo, es una de tantas pruebas que la vida te pone delante.

No tener padre no es nada terrible para un niño de 3 años, apenas un bebé grande, sobre todo si tu madre te hace también de padre. En este aspecto tuve mucha suerte.

Pero la vida siempre te compensa. Aprendes a ser autónomo, a conseguir todo cuanto deseas mediante disciplina y tesón; sabes que nadie te regalará nada y que no puedes recurrir a nadie. Has recibido un buen entrenamiento, así que te haces autosuficiente desde muy joven.

Trabajar desde los 14 años hace que madures antes y que ciertas cosas ocurran antes de lo que sería habitual.

A los 15 años ya me sentaba en mi propia mesa, ya no era “botones”. A los 20 dirigía una agencia de viajes y a los 25 ya dirigía dos departamentos de cierto tamaño y volumen.

Mi vida transcurrió, en lo profesional, ligada estrechamente al turismo, aunque lo hiciese en diversas empresas. Eso sí, siempre fui un empleado, con ciertos cargos y sueldo (no puedo quejarme), pero un empleado, al fin y al cabo.

No negaré que tuve deseos de montar mi propio negocio, pero no fueron más allá de simples sueños o pequeñas escaramuzas. Siempre he estado cómodo trabajando para otros, nunca me consideré un emprendedor. Y tampoco nada me empujaba a ello.

Yo creo que existen dos clases de emprendedores: aquellos que tienen un sueño lo suficientemente grande como para dejarlo todo e ir a buscarlo, y aquellos a quienes la vida saca de la carretera, los deja volcados en un barranco y no tienen otra opción que levantarse, sacudirse el polvo y ponerse a caminar en busca de ayuda y de refugio.

Yo soy de los segundos. O al menos lo fui, más tarde eso cambió.

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A veces, el cambio, salir de la zona de confort, te viene impuesto.

¡Estás despedido!

¿Despedido yo? No es posible, eso no va conmigo, eso les ocurre a otros, pero no a mí. Toda una vida de trabajo, de esfuerzo, de experiencia, de responsabilidades… Esto no puede pasarme a mí, ¡a mí no!

Seamos francos, 48 años no es la mejor edad para quedarse en paro. Si además ocurre a las puertas de la mayor crisis que hemos conocido hasta ahora, lo complica hasta confines de extrema gravedad.

Al principio piensas que, como eres conocido, como tienes muchos contactos, experiencia y valor, las ofertas llegarán, que solo es cuestión de dar voces y esperar.

Pero el teléfono no suena. Y comienzas a cuestionarte muchas cosas, te dices que todo esto no es justo, que no te lo mereces, pero no ocurre nada, lo único que pasa mientras esperas es el tiempo, nada más.

Hasta que no asumes de verdad que una etapa se ha acabado, no empiezas realmente a moverte ni a buscar. Nada de esperar a que ocurra algo, sino a buscar activamente para encontrar “algo”.

Y el que busca, tarde o temprano encuentra. Y así fue cómo un día leí un anuncio y decidí acudir a ver y a escuchar.

Reinventarse o morir: No se puede ganar sin correr riesgos.

No sabía bien si era una oportunidad o cómo denominarlo. De hecho, no entendí mucho de lo que allí explicaron. Pero cuando no tienes nada claro, cuando caminas en medio de una total oscuridad, la primera puerta que se abre es algo que no puedes rechazar; sobre todo si estás a punto de cumplir los cincuenta.

La inversión no era grande, desde luego mucho más pequeña que montar un negocio tradicional. Así que me puse en pie, salí del barranco, me sacudí el polvo y decidí probar. Ya había asumido que de una u otra forma, debería invertir. Ya nadie me iba a contratar.

Al principio navegaba en un mar de dudas. O, mejor dicho, era una frágil cáscara en medio del temporal.

Nunca había oído hablar de Desarrollo Profesional y Personal. Ignoraba qué significaba, para qué servía y cuál era su utilidad. Y para complicarlo un poco, el trabajo consistía principalmente en vender. ¡Y yo no sabía vender! Por si fuese poco tenía que vender un producto desconocido para mí y, peor aún, para el gran público. ¡Menudo reto!

¿Cómo podía explicarle a un posible cliente quién era yo y qué hacía, cuando ni yo mismo lo tenía claro del todo?

¿Cómo podía ofrecer ayuda a alguien que ni tan solo era consciente de que la necesitaba?

En las cosas importantes de la vida no hay atajos ni ascensores, hay que subir los peldaños uno a uno.

Sí, fue duro, no lo voy a negar. Pagué mi precio.

Pero cada “no” acabó siendo un maestro. Haber asumido que el único camino era hacía delante, que no había marcha atrás y haber realizado una inversión para mi futura carrera, no me permitía tirar la toalla. Y mi orgullo tampoco.

La venta es, ante todo, un acto emocional, una conexión que hace sentir que comprando “eso” tu vida va a mejorar (ahora lo sé). Y no puedes conectar con las personas si transmites tensión y necesidad. Eso te hace “emitir en negativo”, presionar (hay que vender como sea). Y, cuanto más presionas, más elevan las personas sus escudos de defensa.

Resultaba muy duro salir de la cama cada día sabiendo que me iba a desplazar de nuevo a un polígono industrial; que iba a empezar por donde lo dejé ayer, que iba a recoger otra buena cantidad de respuestas negativas.

“No está. Está reunido. Lo siento, no le puedo dar la tarjeta del gerente…”

En ocasiones podía sentarme con alguien que me escuchaba, pero al final, lo de siempre: “No tengo tiempo, no es el momento, no tengo dinero, o me lo tengo que pensar…”

Hasta que no tocas fondo, no puedes rebotar.

Cuando llevas meses sin vender nada, los peores pensamientos no dejan de atacar tu mente: No sirvo para esto, nunca podré ganarme la vida, estoy perdiendo el tiempo, no estoy preparado, esto no es para mí, yo no sirvo…

No es justo, me repetía, yo no me merezco esto, toda la vida luchando y mira cómo me tengo que ver, sin trabajo, sin ingresos, y con una familia a la que no tengo nada que aportar, solo mi frustración y mal humor.

El dolor se cura, o se pasa, el sufrimiento no. Te acompaña todo el día y también toda la noche. Infecta tu alma hasta lo más profundo de tu ser. De no haber tenido un motivo poderoso, mi familia, hubiese renunciado, me hubiese entregado a la resignación o, quizás peor, a la desesperación.

Es el camino el que te transforma.

El tiempo pasó, y yo persistí, no me permití la rendición. Mi madre nunca me permitió rendirme. Ahora sabía más, tenía más práctica y soltura; ya hacía entrevistas interesantes. De hecho, al salir de la mayoría de ellas me sentía orgulloso.

Cuando revisaba tras cada entrevista cómo había funcionado y cómo me había sentido, me sentía francamente satisfecho. Todo había fluido, había cubierto todas las fases del proceso, el prospecto y yo mismo nos habíamos sentido cómodos. En definitiva, todo bien.

¿Todo bien?

Cuando comprobaba mi pequeño “checklist” el resultado era bueno, había realizado ¡una buena entrevista!

Y de repente lo vi. Me di cuenta de lo que ya hacía meses era evidente pero que yo no podía ver.

Mi trabajo no consistía en “hacer buenas entrevistas”, mi trabajo consistía en ¡vender!

De repente fui consciente de que, si mi intención era la de “hacer una buena entrevista”, si mentalmente me preparaba para eso, lo que conseguía era precisamente “eso”.

Y decidí ir a vender. Me di cuenta de que yo esperaba que fuese el cliente quien me comprase, cuando era mi obligación cerrar cada venta. Ese era mi papel, pero la verdad es que no me atrevía. En lo más profundo de mi ser consideraba vender como algo indigno, una mala práctica, forzar una voluntad.

En realidad, yo podía ayudar a esas personas, ya estaba preparado. Además, ellos deseaban comprar, necesitaban mis servicios. Pero ambas partes esperábamos que “el otro” moviese ficha. Y al final, la ficha quedaba sin moverse.

Cuando tomé plena consciencia de mis creencias, de mi comportamiento y de mis acciones, decidí no levantarme de la silla hasta que la venta estuviese cerrada. Y no podía cerrarla sin hacer la temida pregunta de cierre: ¿cuándo empezamos?

Vi muy claro que no podría ayudar realmente a una persona hasta que no comprase mis servicios, hasta que no fuese mi cliente.

Finalmente, un buen día me atreví. Y a partir de ahí todo cambió. Y mi vida también.

Cuando sales al llano, todo se ve diferente.

Cerrar la primera venta te hace creer que es posible cerrar otra. Un éxito tiene ese poder.

Atreverse a hacer “la pregunta difícil” te permite ver que, en realidad, la dificultad es solo tuya, que solo está en tu mente, se trata simplemente de una creencia limitante más.

Cuando cierras la segunda venta empiezas a creer en el destino, pero, sobre todo, y muy especialmente, empiezas a creer en ti.

Y creer te lleva a hacer, y hacer te lleva a lograr. Y las ventas te permiten ayudar a clientes a resolver sus necesidades y problemas, trabajar con ellos y aprender con ellos, ir desarrollando tu negocio y, sobre todo, desarrollarte tú y generar tus propios recursos económicos.

Y con el dinero llega la tranquilidad. Y también la ambición. Ambición de la buena, la que te lleva a visionar un futuro mejor, la que te lleva a invertir en ti y en tu negocio.

La necesidad humana de escalar las cumbres.

Así fue como decidí asumir una nueva posición que, aunque conllevaba una nueva y mayor inversión, también me permitía desarrollar un equipo de colaboradores.

Y poco a poco muchas cosas fueron sucediendo. Cosas como:

  • Divertirme vendiendo. Sí, claro, pasarlo bien y además hacer clientes es un placer. Un placer rentable.
  • Alquilar una sala digna para atender bien a mis clientes.
  • Abrir mis propias oficinas, cómodas y modernas, cuando la capacidad de la sala fue insuficiente.
  • Invertir en mi formación y desarrollo. Me certifiqué como coach profesional e hice PNL, entre otras cosas.
  • Me formé, vendí e implementé programas de productividad, de organización, de ventas, de management y de liderazgo.
  • Recibí apoyo de mis “partners” y yo contribuí con una buena facturación para ellos.

Y sobre todo y sin apenas darme cuenta, durante el viaje se produjo un gran cambio en mí, mi mentalidad cambió de la escasez inicial, a la abundancia. Y mi mentalidad pasó de la de trabajador, autónomo, o superviviente (como prefieras llamarlo), a la de empresario. ¡Me transformé!

Cuanto más vendía, más podía ayudar a otros a crecer y a desarrollarse. Y cuanto más ayudaba a desarrollarse a personas, más crecía y me desarrollaba yo.

Todo iba bien, ya había llegado. En teoría.

Porque lo cierto es que había una inquietud en mi interior, un deseo sin cumplir, nuevas cimas se alzaban ante mí.

El deseo de desarrollar mis propios productos, mi propia marca, la posibilidad de desarrollar mi sueño iba creciendo con el tiempo. Pero la acción no acompañaba al deseo, me limitaba a acumular notas y papeles.

No había puesto una fecha de inicio o de fin. Un error grave, porque estoy entrenado en la fijación de metas y objetivos, ese es mi trabajo. Y el de evitar la procrastinación o la dilación. Pero ya se sabe lo que ocurre en la casa del herrero.

Explorar, descubrir lo desconocido. Llevamos en nuestro ADN realizar nuestro propio viaje.

Y puse fecha. Una fecha que marcaba un nuevo inicio y el necesario y previo fin. Me preparé lo mejor que pude para el viaje.

Tengo que decir que despegar y coger altura duró más de lo previsto. No fue un año, como pensé, fue justamente el doble, fueron dos. Pero al final, si perseveras, todo acaba por llegar.

Ya estaba de nuevo en la cima. Realmente había valido la pena. Me sentía pleno, motivado, realizado y contento. Ahora entendía el verdadero significado de la frase:

El precio por el éxito no se paga, se disfruta.

Zig Ziglar

Así es exactamente como lo sentía yo.

Oficinas modernas, bien equipadas y ubicadas, dos marcas propias, cada una con sus logos, diseños y sus webs. Ambas bien implementadas en las Redes Sociales, bien posicionadas en los buscadores, 14 productos presenciales desarrollados para su venta y facilitación. Sin olvidar que ya iba por el camino de la tercera edición de mi propio planificador que está a la venta en mi web y también en Amazon.

Sienta bien al cuerpo y al alma alcanzar la cima. De nuevo, aparentemente todo iba bien. ¡Un momento Fermín! ¿has dicho “aparentemente”?

Sí, lo has adivinado, otra vez había una inquietud en mi interior, un nuevo deseo. De repente, nuevas cimas volvían a alzarse ante mí.

Con el tiempo, y también con la edad, hay cosas que ya te cansan. Vender es divertido, pero mantener un esfuerzo continuado en el tiempo acaba por agotar.

Y decidí dejar de perseguir y comenzar a atraer. Dejar de vender y que me vengan a comprar.

Pero claro, es mucho más fácil de decir que de hacer.

Había que desarrollar una estrategia compleja, nuevas y desconocidas herramientas y, sobre todo, impactar en muchas más personas. Poder ayudar a un número de personas mucho mayor, traspasar mis límites geográficos de unos cientos de Km. y ser capaz de cruzar fronteras. Incluso de atravesar el océano.

Todo eso solo es posible usando intensamente Internet. Entonces tus productos, pasan a llamarse “Infoproductos”.

Alcanzar una cima hace que tu interés se centre en la siguiente, en otra más alta que hay detrás que no veías. Para entender eso has de subir tu propia cumbre.

Y aquí estoy, de nuevo fuera de mi zona de confort. Subiendo a nuevas cimas.

Felicitándome a veces y culpándome otras por meterme en estas lides y terrenos desconocidos para mí con 61 años ya cumplidos.

Pero no puedo parar, y tampoco quiero.

Ahora estoy desarrollando mis propios infoproductos (formación online). Ya sabes, la que puedes hacer sin desplazarte, en tu casa, en pijama y zapatillas porque está disponible cuando tú desees conectarte.

He contratado al mejor sherpa que he podido encontrar. La vida me ha enseñado que contratar al mejor acaba saliendo barato. ¿recuerdas que he hablado de mentalidad de abundancia?. De nuevo estoy en pleno proceso de transformación.

Digitalizar completamente mi negocio me permitirá, además de “escalarlo” y mejorar mi calidad de vida. Tener tiempo para las cosas sencillas, que son las que acaban dando auténtico sentido a la vida. Y dejar un negocio operativo y rentable con el deseo de que los míos deseen continuarlo. Si quieren.

Si te sientes identificado, si has conectado conmigo y estás buscando un sherpa para iniciar tu viaje, esta es la puerta de entrada.

¡Buen viaje! Te espero para acompañarte en el tuyo.

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Fermín Lorente

Fermín Lorente

Experto en mejorar RESULTADOS EMPRESARIALES. Formador en organización empresarial y en liderazgo. Fundador de New Deal.

3 comentarios en “Mi historia profesional, el viaje de Fermín Lorente”

  1. Pablo Romeo Madriñan

    Hace años que te conozco y siempre terminas por sorprenderme. He aprendido mucho de tí y sigo haciéndolo. Gracias por todo.
    Padawan Pablo Romeo.

  2. Mo sabes la alegría que me ha dado leerte en éste relato y por ello quiero felicitarte Fermín, desearte que vuelvas a llegar a un nuevo clímax profesional y enviarte un fuerte abrazo a la espera de dártelo personalmente algún día.

    Manuel Maynar Aguilar

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