Vas en el metro, echas un vistazo a la gente y, ¿qué ves? Todo el mundo con su Smartphone. Y, ¿qué hacen? La mayoría jugar, jugar a los videojuegos.

Y en el autobús, lo mismo. Y eso mismo también en la parada, esperando al transporte, cuando no en un parque público, la terraza de un bar, o caminando o por la calle.

¿Qué tú no? Por supuesto que no, y yo tampoco, ¡hasta ahí podríamos llegar! Bueno, a ver, muy de vez en cuando (pero muy de vez en cuando eh, que quede claro), me juego alguna partidita a alguno de los Solitarios de mi PC. Pero que conste, lo hago para relajarme cuando ya estoy muy cansado y necesito una pausa, ya sabes, para desconectarme. A mí no me gustan esas cosas ni perder el tiempo, yo soy muy serio.

¿Y los niños?, ¿Qué hacen horas y horas machacando compulsivamente sus videoconsolas? Y los jóvenes y no tan jóvenes, disparando con todo su arsenal a cualquier cosa que se mueva o se le ponga por delante.

Si nos paramos a echar un vistazo a la evolución de los videojuegos, resulta impresionante. El «boom» comenzó en los 70 con las maquinitas de tenis (una bola que iba rebotando por toda la pantalla), a la que siguieron «los marcianitos» donde machacábamos el botón como posesos para aniquilar a la flota enemiga que parecía no acabar nunca.

Luego la cosa se fue sofisticando. Y de las grandes máquinas saltó al PC de casa. Y comenzaron a mejorar y diversificarse: de deportes, de acción, de pelea, de carreras, de disparar…

Y el avance de la tecnología les aportó velocidad, sofisticación y realismo. Así, pasamos de un erizo que corría muy deprisa, un gorila que lanzaba barriles, o de un campechano y saltarín «Super Mario«, a las plataformas creadas específicamente para jugar (Wii, PlayStation o la Xbox, por citar algunas).

Y donde antes ibas «cazando nazis» con tu pistola, machacando el teclado o el «joystick», ahora ya construyes alianzas entre ejércitos con sofisticados armamentos, con divisiones de tanques, aviones y misiles nucleares. Ahora conquistas al mundo jugando on-line y en tiempo real con gente que puede estar en cualquier parte del planeta.

Parece que todo el mundo está empeñado en que juguemos.

Los sistemas operativos de los PC no solo llevan instalados unos cuantos juegos, sino que, a través de la tienda, puedes acceder a infinidad de ellos, la mayoría gratis. Lo mismo ocurre en los tablets y Smartphones.

Y si estás distraído (por ejemplo, trabajando), no te preocupes, todas las redes sociales conspiran para que juegues. No paran de enviarte sugerencias y publicidad de videojuegos. Pero juro solemnemente que jamás, en toda la vida, me convencerán para que instale el Candy Crush, aunque mis amigos me lo recomienden a diario. Que uno tiene sus principios…

Hemos pasado del ajedrez, las damas, el parchís o los Juegos Reunidos Geiper, a llevar una colección infinita de videojuegos en el bolsillo, estemos donde estemos.

Y claro, uno se pregunta: ¿por qué hay tanta gente enganchada durante horas y días a los videojuegos?, ¿cómo puede una persona perder una mañana o una tarde en algo tan tonto como eliminar filas y columnas de ladrillos, caramelos, o de lo que sea? ¿nos hemos vuelto locos?
Porque, además, si te fijas bien, siempre es lo mismo, se trata de competir, de ganar, de marcar, disparar o machacar a quién sea o lo que sea. Y no puedes parar hasta que acabas. O hasta que subes de nivel.

Pues la verdad es que no, no estamos locos, solo somos adictos.

¡¿Cómo, has dicho adictos?!

Pues sí es algo tan sencillo como una adicción, una más, una cualquiera.

Pero, ¿adictos como los adictos a las drogas?

Pues sí, así es, pero no «como» sino adictos «a» las drogas. Porque se trata de drogas, aunque sean naturales y las fabrique nuestro propio organismo.

Observa y reflexiona:

Un adicto es alguien que no tiene control para dejar de consumir algo, aunque crea que sí, que lo puede dejar «cuando quiera» Que tiene «el mono» de consumir o conectarse. Que cuando empieza, pierde el control, no pude parar. Que cuando gana, muestra grandes alegrías, gesticula y grita. Y cuando pierde o es eliminado, sufre frustración, cuando no rabia e ira.

Claro que, esto no mata, es verdad, no es lo mismo que consumir alcohol o estupefacientes, de acuerdo. Pero es adicción. Pura y dura.

Y la pregunta lógica es: ¿adicción a qué?

Pues verás, los seres humanos, tenemos un sistema interno de recompensas. Cada vez que hacemos algo bien, nuestro cuerpo nos premia, nos da nuestro «pescadito» ¿No has sentido nunca esa satisfacción del trabajo bien hecho? ¿No te has sentido de maravilla cuando has acabado un proyecto largo y tedioso? ¿Qué caras tienen los jugadores de un equipo que acaba de ganar la liga?, ¿cómo se comportan? ¿Y los que la acaban de perder o bajan de división?, ¿cómo se sienten unos y otros, cómo se expresan?

Para entender bien cómo funciona todo esto, debes entender que la mente inconsciente, una vez sumergida en el juego, no distingue la realidad de la fantasía.  Mientras que la mente consciente sabe que estás jugando, que no hay peligro, la inconsciente lo ve y lo vive como real. Reacciona a lo que ocurre, al peligro, a las derrotas y a las victorias.

Y su manera de reaccionar cada vez que ganas o pierdes, ya sea eliminando al enemigo, marcando un gol, o cruzando primero la meta, es que libera sustancias en nuestro torrente sanguíneo a las que somos adictos. Nos encantan.

Durante el juego, por ejemplo, la adrenalina va «a tope». La adrenalina nos inhibe del dolor (en la vida real y en el juego), nos desconecta de todos los problemas, y a la vez que nos concentra y focaliza en lo que hacemos, acelera el ritmo cardíaco y dilata las arterias para aumentar el riego sanguíneo. «Nos pone a 100». No es como saltar en paracaídas, pero casi.

Y a cada victoria, adelantamiento o, a cada enemigo eliminado, tu dosis de oxitocina  la droga del placer. La oxitocina es la encargada de procurarnos un maravilloso bienestar. Su máximo exponente se percibe tras el acto sexual, pero se puede sentir también dando un entrañable abrazo a alguien, o tomando un bebé en brazos. También se experimenta al acabar una sesión deportiva o un entrenamiento. Es «esa sensación tan placentera de bienestar».

Y ahora imagínate, ¡todo tipo de hormonas y neurotransmisores, corriendo como locos por todo el cuerpo! «Chutes» de placer cada pocos segundos, a cada disparo, y mantenidos durante horas. ¡Menuda juerga! ¿Entiendes ahora lo que sientes cuando eliminas toda esa fila de ladrillos y los efectos visuales y musicales te dicen ¡Bien, muy bien, has ganado, eres el mejor!?

Sutil, sí, hay gente que ni se da cuenta. Son pequeñas dosis que apenas percibes porque tú estás en lo tuyo, pero el cuerpo… El cuerpo sí las percibe, y con toda claridad. Y le encanta. Tanto que te tiene enganchado mientras pasan las horas sin que te des ni cuenta, menudo es él.

Y la pregunta final: ¿esto es bueno o es malo?

Pues lo cierto es que, como en todo, es cuestión de cantidad. Los excesos siempre son malos. Pero no es probable que nadie se muera por jugar (aunque haya casos de gente que sí lo haya hecho al dejar de comer o dormir). Sin embargo, una cosa es, que no sea perjudicial y otra es, que no perjudique. Y es que jugar y divertirse, puede tener sus consecuencias.

Veamos algunas:

• Pierdes infinidad de tiempo. Y el tiempo es vida.
• Baja tu productividad y tus ingresos, sobre todo si juegas en tiempo de trabajo.
• Pierdes oportunidades (de hecho, ni las ves, estás muy ocupado).
• Dejas de «socializar» no hay más que ver una mesa de gente donde todo el mundo mira su propio móvil.

Bueno, os tengo que dejar, me han informado de que andan por aquí unos Pokemon sueltos…

¿Tienes que decir algo al respecto?, ¿conoces algún caso especial? Deja tus comentarios abajo.