¿Me estaré volviendo paranoico, o quizás ya me esté haciendo viejo? No lo sé, pero lo cierto es que la edad te permite contemplar las cosas con suficiente perspectiva como para prever o intuir ciertas cosas de un futuro más o menos inmediato.
Mi vida laboral comenzó en 1972. En aquellos tiempos los textos se realizaban con máquina de escribir y, evidentemente, no podían ser digitalmente almacenados. Tampoco existían fotocopiadoras, faxes, ni calculadoras. El ordenador personal (PC) estaba a una década de ser inventado por IBM. No es que no hubiesen «chismes», lo que ocurre es que eran máquinas pesadas, enormes, lentas y al alcance de muy pocos.
Por aquel entonces la tecnología y los componentes eran básicamente mecánicos, aún no existían los chips ni nada que se le pareciera, realmente la electrónica no existía ¿La razón? Pues es sencillo de entender, aunque el transistor ya se había inventado, todavía era demasiado grande, aún no era posible miniaturizarlo.
Tal vez te estés preguntando a qué viene todo esto, pero es sencillo de entender, ya verás. Un transistor no es nada más que un interruptor. Es decir, deja pasar la corriente o no la deja pasar. No es otra cosa que un generador de código binario, ya sabes, unos y ceros.
Visto así no parece una gran cosa, pero es la raíz de todo, del inicio de la tecnología moderna. Un ordenador no es más que un montón de chatarra, piezas de plástico y de metal. Muy sofisticadas, es cierto, pero piezas, al fin y al cabo. Lo que realmente le da la potencia, es su velocidad de proceso. Desde su invención, la velocidad de cálculo cumple la ley de Moore, que afirma que cada dos años se duplica la velocidad y el precio cae un 50%, y no parece que de momento se vea límite alguno a esta ley.
Si conoces la vieja historia egipcia del tablero de ajedrez y los granos de trigo, sabrás que cuando el faraón aceptó pagar 1 grano de trigo en el primer cuadro del tablero e ir doblando y doblando la cantidad cuadro tras cuadro, se dieron cuenta de que no había suficiente trigo en Egipto para cumplir la promesa de pago. Al principio parece muy poca cosa, 1,2,4,8,16… pero a partir de la mitad del tablero comienzas a contar billones que rápidamente se convierten en trillones.
Y resulta que la velocidad de proceso del ordenador tiene mucho que ver con su miniaturización. En un espacio del tamaño de un sello de correos, que al inicio albergaba capacidad para alojar unos pocos transistores, actualmente ya aloja cientos de millares. Todos esos transistores se colocan en láminas que se miden en nanómetros (milmillonésima parte de un metro) y ya se están construyendo algunos con un espesor de 10 átomos. No tengo la más mínima idea de cómo se construye algo que ni tan solo se puede ver.
En la actualidad ya existen ordenadores cuánticos (Google por ejemplo usa uno), máquinas que aprovechan las extrañas propiedades de la materia a escala subatómica y que resultan increíblemente rápidos. Para ciertas tareas, este tipo de procesadores podrían llegar a ser hasta 100 millones de veces más rápidos que el de un ordenador convencional. ¿Puedes imaginar eso?
Un momento. Parémonos a reflexionar un instante. En 1972, hace tan solo poco más de 4 décadas, teníamos que sumar con papel y lápiz y los errores se corregían con una goma de borrar. Y a día de hoy, hay televisores que reconocen y ejecutan las órdenes de voz.
Por otro lado, casi puedo mantener conversaciones con mi propio teléfono móvil, puedo hablarle con lenguaje natural como le hablo a cualquier persona humana. Y resulta que «mi asistenta personal» no solo me entiende bastante bien, sino que contesta incluso con ironía cuando la ocasión lo requiere.
En tan solo unos años el Cloud Computing (la nube) ha desarrollado una capacidad de almacenamiento de datos absolutamente inimaginable, ya no hablamos de Gigabytes ni de Terabytes (un millón de Gigabytes), sino de Petabytes (un millón de Terabytes). Es decir, sistemas capaces de almacenar toda la información, los conocimientos y la historia de la especie humana de todos los tiempos. Una capacidad de almacenamiento y de memoria muy superior a la de cualquier cerebro humano.
En el presente está de moda el Big Data, que no es otra cosa que manejar volúmenes de información gigantescos al instante. Mediante algoritmos complejos, se puede acceder a la información y obtener resultados al instante. ¿Una simple aplicación práctica? Pues por ejemplo traducir una frase (o un libro) en un instante con ciertas garantías de éxito al haber comparado la traducción con cientos de miles de textos. En otras palabras: acceso instantáneo a TODO.
¿Y qué es ahora lo nuevo? Pues posiblemente ya has oído hablar de ello, lo último se llamaInternet de Todas las Cosas, en inglés IOT (Internet Of Things). En realidad ya existe, pero ahora lo van a potenciar enormemente. En principio es algo tan simple como conectar todas las cosas a la red, a la telaraña. Puede que la próxima nevera que compres te riña si picas entre horas. O, dicho de otro modo, que cuide tu salud y te aconseje lo que debes comer y beber y lo que no, según un programa diseñado por algún sabio.
También es posible que tu lavadora te envíe un mensaje para recordarte que compres detergente. O quizás realice el pedido sin que tú ni tan solo te enteres, quien sabe…
Dicho de otra manera: es posible que tu tostadora reporte informes de calidad y uso a la central de la marca del fabricante, y eso implica que TODO estará conectado a TODO. Si lo comparamos con el cerebro humano, donde los científicos afirman que tenemos más sinopsis (conexiones) neuronales que estrellas hay en el firmamento, me pregunto quién acabará teniendo más conexiones, Internet o el cerebro humano.
Si crees que esto acaba aquí está muy equivocado. En mi ordenador está instalado un software que permite el reconocimiento facial. Una vez le digo que ese de la foto soy yo, es capaz de reconocerme (a mí y a quien le indique que reconozca) en todas las fotos donde aparezca. Por cierto, mi TV también tiene esa capacidad, sabe distinguirnos fácilmente a mi señora y a mí. Y no te pienses que es nada extraordinario, casi todos los modelos que venden hoy en día ya lo hacen.
Ah, y lo que ya está corriendo en las redes sociales: un PC no solo puede reconocer caras, ¡también puede reconocer emociones! Duda, sorpresa, enfado, complacencia, miedo, ira… son reflejadas en expresiones faciales que un ordenador puede leer en tu rostro y calcular el tiempo de cada una. ¿Cuánto tardará en obtener conclusiones sobre cualquiera y evaluarnos comparándonos con una inmensa base de datos?
Tal vez no estemos tan lejos del motor de curvatura como pensamos (ya sabes, el que dobla el espacio para poder viajar en el tiempo en las películas de Star Trek), o de la tele-transportación.
Lo cierto es que nada hay que inspire más a la ciencia que la «Ciencia Ficción». Cuando Julio Verne escribió de la Tierra a la Luna, o 20.000 leguas de viajes submarino, la gente hubiese sonreído, o peor aún, se hubiese reído y burlado abiertamente si alguien lo hubiese contemplado como una remota posibilidad real. El hecho de que la ciencia ficción sea la precursora de la ciencia, se debe a la sencilla premisa de que todo aquello que alguien puede ver con los ojos de la imaginación, puede ser creado por el hombre: Si puedes imaginarlo, puedes crearlo.
Y cuando uno contempla con perspectiva serena todo eso, todo lo que ha ocurrido en apenas cuatro décadas, y observa lo que ya es presente, no puede uno evitar que acudan a su mente imágenes de películas como: 2001 una odisea en el espacio, Matrix o Terminator.
Entonces, uno no puede evitar hacerse la gran pregunta: «¿cuánto tardará ese sistema en ser consciente de sí mismo?»
¿Absurdo? Tal vez, pero con toda la información de todo a su alcance, con una velocidad de acceso y de proceso infinita, con capacidades de reconocimiento de voz, de caras y otros aspectos biométricos, con una red global-neuronal conectada a todo, con capacidad de reconocer y comprender las emociones humanas y, finalmente, con avances constantes en inteligencia artificial que otorgan la capacidad de aprender, ¿de verdad crees que estoy delirando?
Y si eres de los que creen que estamos hechos a imagen y semejanza de Dios y que «el ente» estará hecho a nuestra imagen y semejanza, ¿cómo imaginas tú el futuro? ¿cuál será el papel de los seres humanos? O tal vez ya seremos cibernéticos y estaremos «mejorados» con componentes instalados en nuestro cuerpo o debajo de nuestra piel ¿por qué no?
¿Qué papel tendrán en el futuro cosas como las creencias o los valores, material no tangible, medible, ni almacenable pero que mueve el destino de la humanidad?
¿Qué opinas tú? Deja aquí tus comentarios y pensamientos…
Foto: Portal 2
