Era viernes por la tarde, el 21 de agosto concretamente, y se me ocurrió organizar una barbacoa familiar para el domingo siguiente. Lo primero que hice fue consultar la previsión del tiempo. La web anunciaba que el día sería «parcialmente soleado» y confieso que eso me hizo dudar un poco, «aún es agosto, a ver si hará demasiada calor, pensé».
Así que miré otra web (imagina, pedir una segunda opinión de algo que aún tiene que ocurrir) y curiosamente ésta otra anunciaba el día como «parcialmente nublado» tampoco me acabó de gustar, «tapado, a ver si no hará buen día, pensé en esta ocasión».
Miré las dos webs como tratando de decidir a cuál le daba mayor credibilidad dándome realmente cuenta de que era la misma previsión ¿medio lleno o medio vacío?, pero también noté que leer una o leer la otra tenían efectos diferentes en mí. Ninguna me empujaba claramente a hacer o a no hacer, pero los motivos eran claramente diferentes ¿te das cuenta de lo complicados que somos los humanos?
Ahora imagina que en lugar de leer dos cortas frases, la comunicación es oral, donde interviene una persona, su voz, su entonación, su lenguaje corporal, sus aportaciones y opiniones al respecto… Y que todo esto puede además incluir sorpresa, desaprobación, sarcasmo, ilusión, empuje, duda y un montón más de componentes emocionales.
Difícil arte el de la comunicación. Todo el mundo sabe la diferencia que existe entre lo que una persona piensa, lo que quiere decir, lo que dice, y lo que la otra persona desea oír, oye y acaba interpretando que quiere decir el interlocutor.
Por alguna razón acude a mi mente un antiguo jefe que siempre que explicaba algo a alguien acaba la frase con un ¿verdad que me entiendes? La otra persona siempre respondía que sí, lo que con frecuencia acaba no siendo muy cierto. Y es que, en ocasiones, lo que yo entiendo y lo que el otro entiende, son cosas bien distintas, pero ambos creen tenerlo muy claro en su mente.
Existen mil sutilezas que pueden distorsionar por completo el resultado del mensaje, o mejor dicho de su intención. También es ampliamente conocido el hecho de que en los problemas de comunicación un 20% se genera por lo que dices, mientras que el 80% restante se generan por «cómo» lo dices. Y es que percibimos más con el inconsciente emocional que con el consciente racional, aunque paradójicamente no seamos conscientes de esto.
Un buen coach te preguntaría: ¿quién eras tú en el momento de comunicar?. Es decir, ¿cuál de tus personajes estaba al mando?, ¿Era tu yo que no se fía de nadie?, ¿era el jefe que considera incapaz a su equipo?, ¿era el temeroso que pide por favor?.
No sé por qué ahora acuden a mi mente los siete enanitos: el sabio, el gruñón, el bonachón… Tú no eres uno de ellos, eres todos ellos, solo depende de la ocasión. ¿O acaso crees que usas siempre el mismo enano independientemente de la persona con la que estás o de la situación en la que te encuentras?
La comunicación en el liderazgo está condicionada por dos factores principales. En primer lugar en cómo te ves a ti mismo. Y en segundo lugar cómo ves a los demás.
Si ves a tu gente perezosa, te saldrá el enano gruñón, si la ves incapaz, te saldrá el desconfiado, si la ves capaz, te saldrá el sabio, o quizás el bonachón…
Y créeme, aunque tú no seas ni remotamente consciente del enano que hay al mando, los demás sí lo son. Recuerda que no es lo que dices, sino cómo lo dices y eso se percibe claramente tanto desde el consciente como muy especialmente desde el inconsciente.
En el desarrollo del liderazgo se trabaja y se practica, entre otras cosas, la propia autoimagen y la imagen sobre los demás. No puede existir un buen líder sin desarrollar ambas de forma positiva.
Es la creencia, el cómo vemos, lo que nos lleva a la acción o lo que la paraliza. Los resultados dependen de la acción, y ésta de la comunicación, y ésta a su vez del enano que hay al mando.
¿Qué opinas tú de esto?, ¿alguna experiencia propia o ajena?