¡Feliz Navidad!, aunque, bien mirado, a mi entender no hay «una» Navidad, sino que existen muchas Navidades, tal vez tantas como personas.
O, tantas como interpretaciones hace cada persona del concepto de la Navidad, qué entiende cada uno por eso. Porque está claro que no está claro. Si no, pregunta y verás, encontrarás desde los más acérrimos defensores, hasta los más feroces detractores. No pienso yo que se refieran a lo mismo unos y otros.
Además, para complicarlo un poco, resulta que «la» Navidad, se mueve, cambia y evoluciona con el tiempo. O, quien sabe, tal vez seamos nosotros los que cambiemos y no nos demos cuenta de eso.
Quienes tenemos cierta edad, podemos mirar la Navidad con cierta perspectiva, ventajas o desventajas que te va regalando el tiempo…
Mis primeros recuerdos, son de unas Navidades un tanto austeras. Eso significa que no había televisión (créetelo, aún no se había inventado), la música la poníamos nosotros con zambombas y panderetas (¿alguien ha vuelto a ver alguna de esas cosas?) y cantando villancicos. Tampoco había marisco ni otros lujos en la mesa, aunque no faltaba comida en abundancia, ni el turrón ni los dulces.
No había árbol, eso vino después, ni luces, claro, pero sí el pesebre y los pastores, eso no podía faltar. Era, en definitiva, una fiesta de carácter religioso donde se celebraba el nacimiento de Dios. La reunión de toda la familia (y era mucha, familias numerosas que además se juntaban) tenía como función la celebración del nacimiento. La comida no era el foco, al menos no el principal.
Cuando yo pienso en Navidad, mi mente viaja «allí», cuando apenas era un niño y la celebración era eso, una celebración. Hoy en día, podemos celebrar casi a diario, o todos los fines de semana. Y claro, ya no es lo mismo, si comes caviar todos los días, acabas añorando la tortilla de patatas.
Cuando yo era niño, la Navidad comenzaba mucho antes que ahora, había en el aire un espíritu compartido por todos, una atmósfera especial. La gente te decía por la calle y en cualquier ocasión, ¡Buenas Fiestas! o ¡Feliz Navidad! por cualquier motivo. O sin él, no hacía falta.
Me gusta creer que, entonces, todo era más simple, más puro. Más inocente, tal vez.
Ese es, a mi entender, el espíritu de la Navidad, eso es a lo que yo me conecto cuando pienso en Navidad. ¿Y tú?
Luego, con el paso del tiempo apareció la televisión, en blanco y negro primero, en color y más grande después. Y aparecieron los árboles, las bolas y las luces de colores. Y los villancicos ya eran grabados o se escuchaban por televisión. Pasamos a ser oyentes pasivos de las galas de televisión mientras cenábamos.
Los regalos y la comida se hicieron más caros y selectos. Artículos de lujo fueron ocupando el centro de la mesa y también fuera de ella. Los regalos dejaron de traerlos los Reyes Magos, al menos en parte, y un señor gordo vestido de rojo, se encargó poco a poco de irles ayudando.
Mientras tanto, las calles se engalanaron y los «grandes almacenes» han ido poco a poco, transformando el espíritu de la Navidad. Y nosotros hemos asistido con toda nuestra pasividad a ese cambio. Los anuncios de televisión nos machacan con perfumes, juguetes y con todo tipo de artículos de lujo con el único mensaje de ¡compra y sé feliz!
El espíritu de ahora es, siempre a mi entender, mucho más materialista, hemos desplazado el foco y el motivo a otro sitio. Las familias se han hecho más pequeñas y, tal vez, más perezosas, o cómodas, que para el caso es lo mismo. Y, la mayoría, se ha atomizado, la única algarabía ahora es la de la tele muy alta.
¿Batallitas?, ¿nostalgia? Seguro que sí, y puede que más. Pero para mí, ¡Navidades eran las de antes! No hay color.
Y es que, a mí, me encanta el espíritu de la Navidad.
Y creo que al resto del mundo también, si es que realmente hablamos del mismo espíritu. Déjame explicarme.
La Navidad es, ante todo, un estado de ánimo, un estado interior. Cuando te conectas a ese estado, puedes experimentar una enorme sensación de paz y de bienestar. En ese estado todo es auténtico y no existe el temor ni la preocupación. Bien al contrario, hay alegría, deseos de compartir, y de que todo el mundo sea feliz.
Es un estado de abundancia de todo, de alegría, de comida y de bebida, de dulces y de regalos. Y también de derroche (uno de los mayores placeres, por cierto, que puede experimentar el ser humano) de plenitud, en definitiva. Cuando todo está bien, hay mucho de todo, además, y la vida transcurre suave y redonda. O de felicidad, que es sinónimo de plenitud. Dime, ¿no te apuntas tú a eso?
Pues si compartimos ese mismo estado, este es mi deseo para ti: ¡Que todos los días de tu vida sean Navidad!
2 comentarios en “¡Que todos tus días sean Navidad!”
Fermín,
como siempre, un enorme placer leerte.
Gracias por esos momentos y los posteriores a tus lecturas.
Te deseo también que TODOS LOS DIAS SEAN NAVIDAD PARA TÍ.
Felices Fiestas y próspero Año Nuevo!!!
Ho, Ho, Ho, ¡Feliz Navidad!