Testimonio:

Me llamo María Hernández, tengo 27 años, y soy empresaria.

Debo admitir que hace 3 meses me era totalmente imposible decir esta frase sin empezar a reírme después de escucharla. Pero lo cierto es que tengo una empresa de carpintería y ebanistería que dirijo
desde hace unos años junto a mi padre, Manuel Hernández.

Desde pequeña he vivido la empresa familiar; los nervios, las preocupaciones, las tensiones por no
finalizar las tareas en el tiempo previsto… Siempre he escuchado la famosa frase de “tengo que
organizarme” o la de “no tengo tiempo para eso” o la otra de “¡no he hecho nada en todo el día!”.

Yo pensaba que era por culpa de ellos, de no saber hacer bien las cosas, pero cuando entré en la empresa me di cuenta de que no era tan sencillo encontrar ese tiempo, organizarse uno mismo y tener
la sensación de que había sido un día productivo. En pocos meses me encontré llena de imprevistos, llena de llamadas urgentes y solucionando problemas que, desde hacía semanas, sabíamos que íbamos a tener, pero que nunca se encontró el momento para solucionarlos hasta que los tuvimos encima.

Esos fueron los principales motivos por los que me apunté al Programa de Productividad. Reconozco que al principio iba poco convencida, pero al ir realizando los ejercicios me fui dando cuenta de muchas cosas.

La primera y más importante es que YO soy la única dueña de mi tiempo, la única persona que decide si dedico tiempo a realizar mi tarea o a contestar al teléfono (que sé que van a ser problemas), soy yo misma. Con el Programa, he aprendido a bloquear mi tiempo; si mi finalidad en la empresa es de
analizar y construir una base de datos con los presupuestos y obras, para un posterior análisis, tengo que encerrarme esas horas semanales y dedicarlas a eso. Si me permito el lujo de saltarme esas horas
una semana, la semana próxima haré lo mismo, y la siguiente también, por lo que nunca podré terminar mi principal función y responsabilidad.

Otra cosa que he aprendido con el Programa es a ser específica. Normalmente decimos que las cosas “van bien” o que “ahí vamos” pero en realidad no tenemos ni idea de en qué posición se encuentra la empresa, ni en qué posición queremos que se encuentre en el futuro; lo que me lleva a la tercera cosa
que he aprendido, y es a tener objetivos. Objetivos que tienen que ser específicos, realistas, tangibles y medibles. Si no se visualiza la imagen de dónde quiero estar, jamás llegaremos a ese punto, siempre nos quedaremos más abajo, donde se sufre más y donde se hacen más horas que un reloj.

Sinceramente estoy muy contenta con mis progresos, aunque tengo que admitir que me falta un largo recorrido hasta llegar a mi objetivo. Podríamos decir que estoy al 50% del cambio pensado y que ya he notado grandes beneficios, como la tranquilidad de poder apagar el teléfono sin pensar que el mundo se va a acabar, o la firmeza de poder decirle a un cliente que no puede ser atendido en este momento, pero que podré atenderle un poco más tarde o mañana. Y, si se dice bien, no pasa nada.

Evidentemente se requiere mucho esfuerzo y sacrificio, porque cambiar a nadie le gusta, pero vale la pena si después puedes cerrar el día y tener la conciencia bien tranquila de que lo que has realizado en el día de hoy era lo que tenías planeado y tener la satisfacción de haber tenido un día plenamente
productivo.

María Hernández