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New Deal - 52 - Racionalizar, el proceso de dar carta de razón a las emociones

Racionalizar, el proceso de dar carta de razón a las emociones

¿Alguna vez has visto un teléfono, un coche, una moto, o un reloj, por citar algunos ejemplos, y te has enamorado?

Es verlo y exclamar ¡Lo quiero! El corazón te ha dado un vuelco. Es como si encajara con algo que llevas tiempo buscando o esperando, algo que te resulta conocido pero que nunca habías visto antes. Un flechazo.

Y, ¿te has fijado que, tras el «lo quiero», hay como una pausa? Por alguna razón es caro o muy caro. Y eso te genera esa extraña mezcla de deseo, decepción por no estar a tu alcance, y algo también de excitación al vislumbrar alguna posibilidad, tal vez futura.

¿Has notado que ese objeto (también puede ocurrir con personas, amor a primera vista) queda grabado en tu mente? Pueden pasar años, puedes estar mucho tiempo sin pensar en él, pero siempre vuelve, nunca se olvida, sigue presente. Es como aquel juguete de la infancia que siempre deseaste, pero que nunca te compraron, y que sigue pendiente en tu lista ¿a ti no te pasan estas cosas?

Ya ves, las emociones, motores del deseo, saben muy bien cómo gobernarnos, cómo hacer que bajemos la guardia para colarse por cualquier resquicio, como iniciar un proceso de conquista a la razón.

Te pondré un ejemplo: Conozco una persona que un día vio un coche, un coche de muy alta gama, de lujo extremo y edición muy limitada. Ya sabes, de los que salen en las revistas y en las películas pero que no se ven por la calle, al menos no por mi calle. Y fue verlo y desearlo. Debo aclarar que esa persona podía permitirse ese lujo sin problema alguno, incluso podía pagarlo al contado.

La lucha acababa de comenzar, el deseo contra la razón, la batalla está servida ¿quién ganará?

Observemos a los dos bandos. Por un lado está el deseo, generando todo tipo de ilusiones (imágenes mentales disfrutando el producto), generando respuestas corporales ante la visualización de las imágenes y del propio producto. La observación de una simple foto tiene esa capacidad, si el deseo es intenso. ¿Conoces a alguien que tiene fotos de cosas que desea y que mantiene la expectativa de que algún día serán suyas? Pues de eso hablamos, precisamente. Tal vez tú también tienes tus secretos, escritos o mentales ¿tienes una lista de deseos?

Ocurre que, el deseo, el acto de desear, produce efectos corporales. Sutiles, eso sí, pero suficientemente poderosos como para mover a la acción. Por cierto, el deseo más poderoso de todos y que mantiene a la gente en acción sostenida es el deseo sexual, pero no vamos a hablar de él aquí. Si te fijas, si te observas a ti mismo, lo haces permanentemente, por ejemplo, cuando eliges el menú. El camarero te lo dice, o tú mismo lo lees, y vas descartando unos platos hasta que eliges el que te conviene, o el que más te gusta y te llenará de placer, aunque no sea el que te conviene, ¿qué suele ganar en tu caso?

Pero también ocurre que la razón, disparada por otra emoción contrapuesta (miedo, duda, coste demasiado elevado, el qué pensarán…), comienza a jugar el mismo juego, pero en el campo contrario. Te imaginas a tu pareja «riñéndote», a tus vecinos con esa cara de desaprobación, de que te has pasado, a la gente observarte como a un bicho raro, siendo el centro de las miradas.

La guerra también se juega en otros terrenos, como el del diálogo interior (ya sabes, como en los dibujos donde el angelito y el demonio te hablan uno a cada oído).

Por un lado, está aquello de: ¿Qué pasa, acaso tengo que dar explicaciones a nadie de lo que hago con mi dinero y con mi vida? Y por el otro es el: «Hombre, tal como están las cosas ahora, quizá no sea la opción más acertada, hay gente pasando hambre y yo voy a pasearme y exhibirme con esto.

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Pero el diálogo solo acaba de empezar, durará días o semanas, depende de ti y del objeto. Y de lo escandaloso que te pueda resultar a ti o a los demás. Así que mientras te vas diciendo: ¡Puedo comprarlo, si no, para qué quiero mi dinero, para qué trabajo tanto, mis buenos sudores me han costado llegar a donde estoy mientras que otros andaban holgazaneando por ahí, o mirando la televisión todo el día sin hacer nada!

Y el otro contraatacando: ¡La verdad es que no necesito tanta potencia, o un tamaño tan grande, o que sea el más alto de la gama, con prestaciones que jamás voy a utilizar!

Y ahí está la razón, o las razones, fuertemente posicionadas y armadas. Pero el deseo no ha desaparecido, para nada, está ahí y sigue tirando.

Y la verdad es que casi siempre gana el corazón. «El corazón tiene razones que no entiende la razón».

Comienza el proceso de racionalización, el arte de convertir deseos intangibles o emociones, en razones «poderosas». Las personas necesitamos justificarnos ante los demás y ante nosotros mismos cuando cruzamos el umbral, cuando pasamos más allá de la raya de lo razonable. Nuestro sistema de guiado interior manda avisos a nuestro cuerpo y a nuestra mente avisándonos del peligro, se disparan las alarmas y se activan los frenos.

Así que empezamos a buscar «razones», comenzamos a focalizarnos en ese sistema especial que solo tiene el objeto de mi deseo y que lo hace más seguro, con los beneficios que conlleva la seguridad mía y por supuesto de los míos. O que es más rápido que el resto, con las ventajas y ahorros implícitos en ello. O que es más «lo que sea», cualquier detalle que yo pueda usar para convencerme a mí mismo y a los demás de que «eso» es justo lo que yo necesito por ésta y aquella razón. Dicho así, afirmándolo con vehemencia, como para no dejar ningún resquicio a la duda mía o de los demás.

El psicoanálisis, por su parte, habla de la racionalización como uno de los mecanismos inconscientes de defensa que tiene una persona. Este mecanismo se pone en marcha cuando un individuo pretende justificar, desde un plano lógico, alguna acción o emoción que, sin la correspondiente justificación racional, le provocaría algún conflicto (culpa, incertidumbre, etc.).

Mi amigo me hablaba de esas barras laterales protectoras, que le protegerían a él y a su familia en caso de accidente, de ese sistema antivuelco, a la vez que me preguntaba a mí sobre cuánto valía su vida y la de su familia, me hablaba de ese sistema de seguridad pasiva exclusivo de ese modelo, y todo cuanto te puedas imaginar. ¿Me estaba convenciendo a mí de que necesitaba ese coche? Pues la verdad es que no, se estaba convenciendo a sí mismo, a través mío. Necesitaba que yo le diese algún tipo de aprobación, cosa que ya había hecho antes con su mujer y los niños. ¿A que también te ha pasado a ti alguna vez cosas como esta?

Y seguro que también tú has sentido y experimentado este proceso en alguna ocasión, cuando has cruzado la línea, cuando te has liado la manta a la cabeza, cuando ha podido más el deseo que la razón. Uf, que subidón de adrenalina, miedo, expectación, deseo de tenerlo, excitación, sentir todo el cuerpo de una vez, sentirse vivo, al fin y al cabo. Sí, la adrenalina es una de las drogas naturales del cuerpo, y como el resto, genera adicción.

Como ves, la razón no existe, existen las razones, aquellas que tú estés dispuesto o necesites creer para hacer lo que deseas hacer, para materializar tus deseos.

Me llega a la mente aquella historia de que, tras una discusión entre dos personas, acudieron ambas a consultar al sabio para pedir su dictamen. Éste, tras escuchar al primero le dijo, ¡Pues tiene usted razón! Luego, al escuchar al segundo, afirmó, ¡Pues tiene usted razón! Entonces, un tercero que estaba presente, le dijo: ¡Pero maestro, no puede ser, si le da la razón a uno, no se la puede dar al otro! Y el maestro, tras un instante de reflexión contestó: ¡Pues sabe que le digo, que usted también tiene razón! Y se quedó tan ancho.

Y es que la razón, como la verdad, no existe en términos absolutos, nadie es poseedor de tales cosas, por eso cada persona tiene sus razones o sus verdades. Intentar apropiarse de ellas genera, o puede generar, grandes conflictos y dificultades, desde disputas de pareja a guerras mundiales. Por cierto, ahora recuerdo que «me estoy quitando» de la necesidad de tener razón.

¿Qué te parece? ¿tengo razón o no? Bueno, mejor no contestes, pero puedes expresar tus razones y opiniones. Escribe aquí lo que opines.


Foto: Los Simpson

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Fermín Lorente

Fermín Lorente

Experto en mejorar RESULTADOS EMPRESARIALES. Formador en organización empresarial y en liderazgo. Fundador de New Deal.

3 comentarios en “Racionalizar, el proceso de dar carta de razón a las emociones”

  1. Esto me recuerda que cuando una empresa está haciendo su trabajo cuando aumenta la línea de fondo en su producción, no sólo esta teniendo una eficiencia operativa. En general independientemente de su negocio particular, profesión o carrera – si usted hace un producto, vende un producto o un servicio provisto, – la mejora de la productividad es la fuerza que impulsa la mejora continua.

    A lo que voy, esto es una manera de saber racionalizar, claro en un principio para luego poder tener mejores resultados. Hay que saber racionalizar nuestras emociones, al final obtendrás el éxito profesional, y el orgullo de un trabajo bien hecho.

    «La productividad comienza desde el individuo»

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