Homeóstasis corporal y homeóstasis mental.
A la naturaleza no le gusta el cambio. Bueno, rectifico, lo digo mejor: a la naturaleza sí le gusta el cambio, pero un cambio suave, lento, ¡qué digo lento, lentísimo! No se le puede llamar propiamente cambio, sino evolución; la suma de muchos pequeños cambios, tan pequeños y lentos, que resultan imperceptibles.
¿Cuantos milenios costó la evolución del hombre desde los primeros primates al homo sapiens actual, pasando por el cromañón, el neandertal y algunos otros homínidos más?
¿Cuántos millones de años tardaron los cactus en desarrollar las espinas, sus mecanismos de defensa para conservar el agua que guardan en su interior? Tal vez millones, o centenas de millones. Claro que eso implicaría conciencia de sí mismo y voluntad… Tal vez fue casualidad, una pequeña mutación que acabó produciendo espinas y que le permitió resistir a la depredación, quién sabe. Luego surgieron otras mutaciones o especies, derivadas de la primigenia y que dieron lugar a la extensa variedad de especies de cactus actuales. ¿Cuántos experimentos de la naturaleza se habrán malogrado en el camino de la evolución porque no habrán podido adaptarse?
¿Y las aves, cómo lo habrán hecho para desarrollar plumas y reducir drásticamente el peso de sus esqueletos para poder atreverse y elevarse a conquistar el espacio aéreo? ¿Quién o qué organiza todo eso?
La naturaleza no tiene prisa, se adapta, pero a su ritmo. Porque sabe que quien no puede adaptarse a una situación de entorno cambiante, sencillamente desaparece. No es nada personal, es la ley natural. Así es como funciona.
Evolucionar es muy diferente a cambiar. La evolución es un proceso.
El cambio también pude serlo, pero, aunque puede tardar un tiempo, lo entendemos como un episodio que ocurre dentro del periodo de una vida humana. También, en ocasiones, puede suceder muy rápido, se trata de una decisión, de un segundo, como un volcán o un terremoto en la naturaleza, aunque, en realidad se trate más bien de la culminación de un proceso.
Prácticamente todas las culturas antiguas entendían la Tierra como un ecosistema global, como una entidad viva, o como una deidad. A lo largo de la historia la tierra ha recibido infinidad de nombres: Mahimata, Tiamat, Ishtar, Ninsuna, Gran Madre, Gea o Gaia, Haumea, Durga, Deví, Maya, Umay, Párvati, Ot, o Pachamama entre cientos de nombres más.
Todas las culturas, desde los mongoles, hindúes, esquimales o aborígenes australianos, hasta las civilizaciones de Sudamérica (mayas, aztecas…) y Norteamérica (sioux y otros muchos), pasando por innumerables culturas africanas y europeas, han entendido la tierra como un todo, una madre viva y consciente, que cuida de sí misma y de todo cuanto contiene. La Tierra es el origen y el fin de la vida, de los ciclos de la vida.
En la actualidad numerosos científicos afirman que la Tierra se autorregula y equilibra para permanecer en equilibrio, que todo está conectado. Otros piensan que el viento, la lluvia, o el clima y los polos y la corriente del golfo que regula los océanos y, a través de ellos, la vida y el clima del planeta, son meras casualidades. Como siempre, todo es cuestión de creencias. ¿Estamos provocando un cambio climático, forma parte de un ciclo de la propia Tierra, o todo es una invención? Puedes creer lo que desees, la respuesta la sabrán tus nietos, o tal vez ni ellos. Se necesita una gran perspectiva en el tiempo.
Sin embargo, todo parece estar organizado en el planeta, y todas las acciones parecen obedecer a un plan: las semillas saben cuándo deben germinar, la lluvia de primavera cuándo aparecer, las golondrinas cuándo migrar, y los árboles cuándo dormir para volver a renacer. Todo vuelve al polvo y el polvo fomenta nueva vida, ese es el ciclo vital.
A nivel más pequeño hablamos de ecosistemas, donde el equilibrio animal y vegetal protege y alimenta a esa zona, a ese lugar. A nivel más local encontramos los microclimas que confieren unas cualidades peculiares a las plantas o animales que allí viven. Así sucede en las dehesas, donde vive el cerdo ibérico, y en ciertas viñas que proporcionan caldos memorables, o en la alta montaña donde abunda el pasto y los lagos con truchas. Todo está en equilibrio.
Y es que se trata de eso, del «estatus quo», de mantener el equilibrio, de permanecer, de que nada cambie. O de introducir los cambios necesarios para que nada cambie.
Quizás te estés preguntando qué tiene que ver la homeóstasis con todo esto. Pues tiene que ver, y mucho. Empecemos por definir el término:
HOMEÓSTASIS CORPORAL
La homeóstasis es un término médico, científico. Se trata de un proceso del cuerpo humano para mantener el estatus quo, para mantener los niveles de todo el organismo dentro de unos límites, de unos niveles. Un sistema en el que las variables están reguladas de manera que las condiciones internas se mantienen estables y relativamente constantes.
El diccionario lo define como una propiedad de los organismos vivos que consiste en su capacidad de mantener una condición interna estable compensando los cambios en su entorno mediante el intercambio regulado de materia y energía con el exterior (metabolismo). Se trata de una forma de equilibrio dinámico que se hace posible gracias a una red de sistemas de control realimentados que constituyen los mecanismos de autorregulación de los seres vivos. Ejemplos de homeostasis son la regulación de la temperatura corporal y el balance entre acidez y alcalinidad (pH).
Nos movemos, pero siempre dentro de una franja, de unos límites, cualquier tendencia de ascenso o descenso es inmediatamente corregida.
Me pregunto que si mi propio organismo puede hacer todo eso sin que yo me entere ni intervenga, ni tan solo sea consciente de que ocurre, ¿es una locura pensar que la tierra pueda hacer lo mismo?
HOMEÓSTASIS MENTAL
Aunque no es algo que se pueda medir o ver con el microscopio, se usa el mismo término para la mente, que no para el cerebro como órgano, sino para el funcionamiento mental. Es una metáfora de la corporal para poder entender el proceso.
A la mente tampoco le gusta nada el cambio. Le encanta el equilibrio, mantener el estatus quo, que nada cambie. A la mente le asusta lo nuevo, lo desconocido, lo que no ha hecho o no ha visto antes. Le incomodan sobremanera los cambios y las novedades.
Y, al igual que hace el cuerpo, actúa para mantener ese estado, para que nada cambie. Es sabido y compartido por psicólogos, coaches, terapeutas y expertos que, cuando la mente se enfrenta a procesos nuevos, dispara un proceso de auto sabotaje. Observa que hablo de la mente como algo independiente a ti, como un proceso aislado de tu pensamiento racional, como si tuviese entidad propia.
¿Qué cómo lo hace?
Pues muy sencillo, cuando entra una idea nueva o reto en tu mente, inmediatamente dispara todas las alarmas, todos los resortes. Un mecanismo de sabotaje comienza a funcionar. Y créeme, es muy eficiente. Comienza el diálogo interior, comienzan las dudas, empieza a visualizar esfuerzos, problemas, oscuridad, incertidumbre, todo lo que puede salir mal. Comienzan los «y si no funciona, y si me equivoco, y si…» Si todo esto no es suficiente comienzan los miedos a través de visualizaciones negativas, miedo a fracasar, miedo a exponerse, a que se vean nuestros aspectos más vulnerables, miedo a ser rechazado… Vivencias que ya has vivido antes pasan ante tus ajos para animarte a desistir, a no actuar.
Y las emociones generan sensaciones que el cuerpo recoge. Y empieza la intranquilidad, el sudor frío, el desasosiego. El estómago se contrae, la respiración se acelera, y con ella el corazón. Multitud de sustancias se liberan en el torrente sanguíneo ya que el cuerpo ha percibido todo el proceso como una amenaza. En definitiva, «se nos pone mal cuerpo» ¿El resultado? Ya hace rato que lo sabes, la parálisis, la inacción, que nada cambie: No lo veo claro, no es el momento, tengo que pensar… Todo el mundo quiere mejorar, pero nadie quiere cambiar. Absurdo ¿no?
Nuestra mente tiene la capacidad de sabotear cualquier proceso que considere peligroso, es un sistema automático e inconsciente de autoprotección. Y nosotros no somos conscientes de eso, no somos conscientes de los mecanismos de miedo e incomodidad que maneja para mantenernos en el mismo estado. ¿Cómo luchar ante lo que no sabemos que ocurre?
Lee la continuación en Parte 2: Homeóstasis organizacional. La gestión del cambio.
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1 comentario en “Homeóstasis, para que nada cambie – parte 1”
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