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New Deal - 63 - Gente barata

Gente barata

Suena mal, ¿no? Parece como si dividiésemos a la gente entre gente cara y gente barata, y no es eso, no.

Quiero empezar declarando y aclarando que las cosas preciosas, como las personas o la vida, no tienen precio, nadie puede ni debe ponerles precio, aunque exista gente que trafica con cosas que no tienen precio.

Pero ya se sabe que:

es de necio confundir valor y precio

y el hecho de que determinadas cosas no puedan ni deban tener precio, no significa que a todas les demos el mismo valor. Sucede que nosotros, cada uno de nosotros, no valoramos (que es lo mismo que decir que no otorgamos el mismo valor) igual a unas personas que a otras.

Existen personas a las que admiramos y a las que nos gustaría parecernos y compartir el tiempo con ellas. Son aquellas que consideramos y «etiquetamos» como valiosas. En lenguaje coloquial, gente que nos gusta o con la que conectamos y queremos estar y mantener la amistad.

Y también existen otras con las que no queremos saber nada, a las que evitamos e incluso, «cuando nadie nos ve», despreciamos, que es una manera del lenguaje para decir que «les quitamos el precio», rebajamos sus cualidades personales, además de nuestro aprecio o respeto.

Todos estos comportamientos humanos los realizamos de forma natural, generalmente inconsciente, que es lo mismo que «no consciente» Fulano me cae mal, “porque me cae mal”, y punto. Sabemos que es así, aunque no sepamos (ni nos preocupe) muy bien por qué es así.

Solemos calificar como gente barata (aunque no usemos ese término) a aquellas personas que no están alineadas con nosotros, personas que son diferentes a lo que nosotros entendemos que deberían ser y hacer, a nuestros estereotipos de persona. Cuando alguien habla o escribe sobre «pérdida de valores» así en general, se está refiriendo a que la gente es menos valiosa que antes, otra forma de decir que la gente se está «abaratando».

En realidad, juzgamos a las demás personas por nuestro sistema de valores interno. Eso quiere decir que las comparamos con nuestras creencias, con nuestro propio sistema de medir el bien y el mal, con nuestros protocolos preestablecidos y, a partir de ahí, elaboramos un diagnostico que para nosotros es verdadero e inapelable. Y todo eso, podemos hacerlo en tan solo un momento y puede permanecer para siempre.

Por tanto, alto o bajo, gordo o flaco, simpático o aburrido, son, todos ellos juicios de valor. No son verdades ni datos objetivos, son interpretaciones subjetivas de lo que vemos según nuestras propias reglas de funcionar y de medir a las personas, a las situaciones y a las cosas. Juicios o prejuicios, como tú desees llamarlo.

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A pesar de todo, existen unos acuerdos tácitos, unos términos no escritos, en los que una gran parte de la población está más o menos de acuerdo. Es decir, unos valores compartidos por la mayoría, o por muchos, cuando menos.

Y existe la tendencia natural a agruparse. La gente va donde está bien, y la gente está bien cuando está con gente alineada con ella misma, que es otra forma de decir con gente de valores similares y que da valor a cierto tipo de cosas. Ya sabes:

Dime con quién andas y te diré quién eres

Pero lo que muy poca gente sabe y aún menos admite, es que la gente de la que te rodeas determina, mucho más de lo que se pueda pensar y creer, tu éxito profesional y personal, lo que lograrás, o quién serás en esta vida.

Las personas nos mimetizamos con nuestro entorno, nos adaptamos a las cosas y al grupo al que pertenecemos. De hecho, tenemos un abanico de comportamientos, personajes, chaquetas, que nos vamos poniendo y quitando a lo largo del día en función del entorno: pasamos de la comprensión a la exigencia, de la tolerancia a la queja, de la ternura al despotismo, o de la conciencia al sarcasmo, y todo eso sin que nos cueste, de manera automática y natural. Nuestros roles o programas están muy desarrollados.

Y al adaptarnos para que el grupo nos acepte, adoptamos culturas, creencias, comportamientos y muchas cosas más de los demás. Y eso configura lo que creemos, lo que hacemos y lo que logramos en nuestras vidas. Ya sabes:
[blockquote type=»center»]El que va con un cojo, al mes cojea y, si no, renquea[/blockquote]

A estas alturas ya habrás adivinado que lo barata o valiosa que consideremos a la gente, nada tiene que ver con su dinero. Eso es otra cosa. Por tanto, el hecho de que la gente tenga dinero y patrimonio o no, es independiente de cómo la valoremos como persona, de lo que sintamos hacia esa persona. Eso lo determina nuestra brújula interior.

Y una pregunta:

¿Has hecho alguna vez el ejercicio de pensar en las cualidades y valores del tipo de gente a la que aprecias o la que te irrita?

Pues yo sí, me he tomado unos minutos para pensar y describir la tipología de gente que yo considero barata y, en consecuencia, con la que no quiero estar y que deseo tener bien lejos. Y he detectado algunas características comunes. Estas son algunas de ellas, según mi opinión, claro:

  • Creen que realmente están por encima de todo y de todos. Como resultado, se muestran impacientes, odian hacer colas (eso está bien para los demás, pero no para ellos), toman el carril incorrecto, a sabiendas, para después intentar meterse, como sea, en el correcto. Y se ofenden, se irritan y protestan si no lo logran. En el fondo, se quieren tanto a sí mismos que desprecian a los demás, que solo molestan.
  • Quieren comprar lujo a precio de ganga. Suelen creerse merecedores de lo mejor a la vez que sobrevaloran el precio que deben pagar. Suelen buscar atajos, recetas fáciles y fórmulas maravillosas. Lo que sea siempre que cueste poco esfuerzo y poco dinero; pero «que parezca que lo vale» Les encanta presumir de comprar duros a dos pesetas. O a una.
  • Acostumbran a criticar y hablar mal de los demás. Una forma inconsciente de elevarse, es la de hacer más bajos a los demás, hundirlos, ya que son incapaces de elevarse a sí mismo por méritos propios.
  • Suelen ser vagos y amigos de no esforzarse. Están acostumbrados al camino fácil, al atajo, a atribuirse méritos inexistentes o de otros, a maximizar pequeñas cosas como grandes logros. Y a repetirlo hasta el infinito.
  • Hablan a gritos y no soportan que no se les dé la razón. Pueden discutir por una nimiedad hasta el aburrimiento, su ego les tiraniza tanto que no les permite aceptar que se han equivocado, que no tienen razón o, sencillamente que los otros tienen sus propias razones. Confunden convencer con vencer y creen que gritando tienen más razón y se les escucha más.
  • Abandonan a la primera. Cuando algo cuesta, encuentran inmediatamente razones para abandonar, para no insistir. La culpa, por supuesto, siempre es de los demás. Además, suelen tener al culpable perfectamente identificado y no perderán ocasión de realizar una buena crítica.
  • Son gente de «bronca fácil». El hecho de no vencer, de que no se les dé la razón, los lleva a sentirse agredidos, a comenzar a gritar y a defenderse de supuestos ataques y, de persistir, al insulto y a ciertas actitudes agresivas. Además, claro, de sentirse víctimas.

En líneas generales es gente que, si trabajan, odian su trabajo, se sienten esclavos, procuran hacer lo mínimo y cobrar lo máximo. Critican a todos y a todo y están deseando que llegue el viernes para ser libres. Suelen pedir aumento de sueldo con relativa frecuencia porque se creen merecedores de mucho más. De tendencia pendenciera y destructiva, suelen acabar por ser despedidos. O, si son empresarios, los clientes huyen de él y de su negocio.

También suelen estar enfadados con la vida, con todo. Creen ser víctimas de alguien o de algo (no identificado) que es la causa de todos sus males y desgracias. Y se pasan el día quejándose de eso y explicando a cuantos se acercan, lo mucho que merecen y lo poco que reciben.

Son personas negativas que irradian negatividad. Quejarse de todo y de todos es su función principal. Su segunda función es la de ensalzarse a sí mismos, ser locutores de sus virtudes y esfuerzos.

Son incoherentes, es decir, existe una gran diferencia entre lo que piensan, lo que dicen y lo que hacen. Y aunque la gente lo percibe con claridad, ellos no lo ven así.

Quienes han tenido éxito en la vida insisten en que, sin rodearse de la gente adecuada, de la gente valiosa, el éxito no es posible. Me refiero a gente como Napoleón HillZig Ziglar o Thomas Alba Edison, que describen en sus obras la importancia y relevancia que ejerce el equipo y la gente de la que te rodeas para configurar tu éxito o tu fracaso.

La negatividad de las personas y de tu entorno, va dejando una fina capa de «mugre» que acaba por afectarte. Por el contrario, las personas disciplinadas, que valoran el esfuerzo, que saben lo que quieren y que logran, son una fuente de motivación e inspiración inagotable. Gente que te lleva a soñar, que pone en marcha tus resortes más poderosos, que te enseña a ver más lejos, a fijar retos y metas, y a esforzarte y perseverar hasta crecer, desarrollarte y lograr.

¿Qué ves a tu izquierda y a tu derecha? ¿Brilla la luz, o hay penumbra para ahorrar? ¿Tu entorno te inspira y te reta, o es el rosario de lamentaciones de cada tarde? Y la pregunta final ¿piensas que debes hacer algo? Deja aquí tus comentarios al respecto. Si quieres, claro.


Foto: Di que sí

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Fermín Lorente

Fermín Lorente

Experto en mejorar RESULTADOS EMPRESARIALES. Formador en organización empresarial y en liderazgo. Fundador de New Deal.

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