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Rey, alfil o peón de negras

Las personas, como el resto de los seres vivos, solemos adaptarnos al entorno próximo en el que nacemos y nos movemos. Me refiero a todo el entorno: familiar, social, cultural, de trabajo… lo aceptamos como algo natural porque es lo que conocemos bien, es aquí donde nos hemos movido siempre.

Con frecuencia aceptamos las decisiones que nuestros padres, pareja, o nuestros jefes toman por nosotros. Y nos ceñimos a nuestro rol. Nos enfundamos el personaje e interpretamos con él todos los papeles de nuestra vida (padre/madre, cónyuge, amigo, empresario, colega…) y nos ajustamos a las circunstancias existentes, «es lo que toca.»

Damos por hecho que el destino nos ha colocado en un sitio y situación determinados, como si fuésemos una planta y que así son las cosas, es lo que nos ha tocado y no podemos cambiar ese estatus, no podemos «cambiar de casta». Sin apenas darnos cuenta construimos una cerca invisible que no podemos traspasar y nos limitamos a vivir la vida que nos ha tocado en el sitio y entorno que nos ha sido asignado.

Y, sin embargo, no hay nada más alejado de la verdad.

Lo que ocurre cuando le digo a alguien que puede ser quien quiera ser, que puede convertirse en el tipo de persona que le gustaría ser, recibo miradas de incredulidad con una buena mezcla de escepticismo, ironía y algún que otro resoplido.

Sorprende la resignación generalizada en la que cada uno se conforma con el papel que le ha tocado en la vida, como si alguien o algo, así lo hubiesen decidido.

Y resulta que el viaje más importante y apasionante que jamás podrás realizar es el de convertirte en la persona que puedes llegar a ser.

De acuerdo, en las librerías no venden el libro de instrucciones. Y los denominados «libros de autoayuda» tampoco parece que funcionen. Tampoco existe una receta infalible ni una fórmula que sirva para todos. Pero hay un camino, y si quieres, te lo puedo mostrar.

Todas las personas nos movemos en unas zonas virtuales o, si lo prefieres, dentro de un contexto limitado. Jugamos con unas reglas no escritas pero reales. Y sucede que, en la vida, como el ajedrez, mientras unas piezas se mueven cuadro a cuadro, otras pueden saltar y recorrer grandes distancias. En el ajedrez hay unas reglas, pero en la vida no, y si existen, se pueden cambiar.

La primera zona virtual, la zona habitual en la que nos movemos, el primer círculo, podemos denominarlo como círculo de control. En esta zona yo puedo decidirlo todo, ya que todo depende de mí, a qué hora me levanto, qué estudios realizo, con quién quiero pasar mi tiempo, o a quién quiero llamar por teléfono. Es el círculo donde vivo, el que conozco.

Traspasando esos límites, un poco más allá, se abre otro círculo bastante más grande, es el denominado círculo de influencia. Rodea a mi zona de control y es un poco más grande. Aquí no puedo decidir, no mando, pero puedo influir, se me permite hablar y opinar y a veces, hasta me hacen caso y logro mis pretensiones.

Tras éste se encuentra otro círculo mucho más grande, enorme, es el círculo de expansión (también puedes llamarlo zona de oportunidad o de riesgo) aquí es donde nadan y se pescan los peces grandes. Pero hay tiburones y aquí el peligro es real.

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Cuando le dices a un peón del ajedrez que puede llegar a ser rey, lo normal es que se asuste, que lo niegue y se encierre en su caparazón (los dientes de los tiburones son muy afilados y los del fracaso más.)

La paradoja es que la gente desea y tiene tendencia a quejarse de aquellas cosas que no puede hacer o tener, de aquellas cosas que están fuera de su círculo de control, en lugar de poner el foco en lo que sí es posible hacer. Y créeme, siempre es posible hacer algo, por pequeño que sea. Queremos mantenernos seguros en el círculo de control, en nuestra zona de confort, pero resulta que las cosas que deseamos suelen estar fuera de él, y es eso lo nos genera la mayor parte de nuestra frustración.

A estas alturas ya deberías comenzar a vislumbrar el camino. El primer paso es ampliar «un poquito» nuestra zona de control. El segundo será ampliarla un poco más. Y el tercero repetir los anteriores.

Haciendo esto, lógicamente nuestra zona de control, o de confort, se va ampliando, tenemos más espacio y aumenta nuestro margen de maniobra. Y sucede que sin darnos cuenta, cada vez que nuestra zona de confort se agranda, la zona de influencia lo hace también, solo que lo hace en una proporción mucho mayor.

Si persistimos, con el tiempo nos veremos entrando y saliendo de la zona de riesgo. O tal vez viviendo en ella, sacándole todo el jugo a la vida, aumentando las apuestas, subiendo el volumen de nuestra vida a tope y con la seguridad y tranquilidad de tener toda la carne en el asador. Para algunos no hay zona más segura que ésta, donde dependes únicamente de ti, y no pueden entender cómo hay gente que se afana y persiste en llevar vidas mediocres.

Bien, ya tenemos el camino. Puede que tú no creas que sea para ti, pero sabes que otros lo han recorrido, conoces gente que ha triunfado. Por tanto, sabes que hay camino, que existe, aunque no sea fácil, ni cómodo, ni sencillo transitarlo.

Ahora nos falta el método y, al igual que el camino, no es una fórmula única, existen muchas maneras, pero te voy a mostrar una que ha funcionado para miles de personas y que sin duda funcionará para ti. Es el método de fijar metas, de orientar tu vida por metas.

Imagina que te marcas un reto, una meta difícil que implica esfuerzo, pero que es posible de alcanzar. Imagina que tras ésta te fijas otra un poco más difícil, y tras ella otra más.

Es como subir una montaña. Seguro que tu primera elección no sería el Everest. Imagina que subes caminando una montaña de 600 m. de altura. Cuando estuvieses en la cima, ¿no te verías capaz de subir una de 800? Y tras ésta, ¿no sería un reto para ti y te apetecería ascender y sobrepasar los 1.000?, tan solo es un poquito más alta, casi puedes tocarla con la punta de tus dedos…

¿Y sabes lo que ocurre cuando subes a cotas más altas? Pues te lo voy a decir, toma nota: Aprendes a escalar y a depender de ti mismo. Aumentan tu confianza y tu autoestima, te relacionas con otros escaladores, apuntas cada vez a cotas más altas, tienes otra visión, una mucho más amplia que la que tienes cuando estás en el suelo. ¿Y sabes otra cosa que ocurre? pues que a cada paso que das, estás más lejos del suelo y más, mucho más cerca de las estrellas.

Ahora ya sabes el camino y el método. Depende de ti elegir entre tus razones para escalar, o tus excusas para quedarte sentado, quejándote de tu destino.

Está en tus manos ser Rey, Alfil, o peón de negras, ya sabes, lo más chungo en ajedrez.

¿Cómo anda tu partida con la vida, moviéndote cuadro a cuadro con esfuerzo, o saltando de lado a lado del tablero? ¿Estás ganando o perdiendo?, porque en la vida, a diferencia del ajedrez, no puedes hacer tablas, ganas o pierdes. ¿Quieres dejar aquí tus comentarios?

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Fermín Lorente

Fermín Lorente

Experto en mejorar RESULTADOS EMPRESARIALES. Formador en organización empresarial y en liderazgo. Fundador de New Deal.

1 comentario en “Rey, alfil o peón de negras”

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