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New Deal - 40 - Símbolos de poder

Símbolos de poder

¿Te has sentido realmente poderoso o poderosa alguna vez en tu vida? ¿Has experimentado esa sensación de plenitud, de poder, de suficiencia, de potencia, de domino, de seguridad…?

Observa que he dicho «sensación» y las sensaciones son corporales, el cuerpo las experimenta, las vive. Detente un instante y recuerda… ¿cómo fue esa sensación?, ¿cómo eras consciente de su existencia?, ¿qué partes de tu cuerpo internas o externas lo percibían?, ¿qué estímulos había?, ¿cómo te sentías?, ¿dónde estabas?, ¿qué hacías?… ¿Puedes revivirlo?

Te hago todas esas preguntas para que comprendas la enorme diferencia que hay entre «entender» lo que significa el poder y sentirlo en todo tu cuerpo.

Si te paras a pensar un momento, observarás que ese sentimiento o sensación no es solo humano, todos los animales lo conocen. O atacas o huyes. O comes o eres comido. Esa es la primera ley de la naturaleza. La posición del cuerpo, los sonidos emitidos, o determinados movimientos, son claros avisos de poder.

La diferencia entre los animales y los humanos es que nosotros podemos experimentarlo como ellos, pero, además, podemos revivirlo cuando decidamos, podemos fingirlo, y también podemos mostrarlo mediante símbolos.

Desde el inicio de los tiempos, el primate que tenía y blandía un buen tronco, era el más poderoso, tenía el poder de herir o de matar. Se convertía en el jefe del grupo. Y claro, nunca dejaba su tronco, el símbolo de su poder.

Moisés tenía un cayado, ese era el símbolo de su poder, la manera de mostrar a todo el mundo, conocidos y desconocidos, quién era él. Los faraones eran mucho más sofisticados, ya que disponían de todos los recursos. Usaban cetros y coronas, pinturas, bajorrelieves y estatuas, o grandes obras que reflejaban cuán poderosos eran y las cosas que podían hacer.

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A lo largo de la historia coronas exuberantes de oro y piedras preciosas para reyes, reinas y emperadores. Estatuas ecuestres para grandes personajes o militares. Bastones de mando para los alcaldes. Medallas y uniformes para los militares, a lo largo de todo el planeta y a lo largo de toda la historia…

En el mundo de las religiones ocurre los mismo, existe una clara simbología de vestimentas, ornamentos y objetos que define a todo el mundo, desde el Papa o sumo sacerdote, hasta el último de los monaguillos o ayudantes. Sea de oro, o sean plumas o pieles de animales, existe una clara simbología para demostrar el poder, el estatus y el alcance.

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Los símbolos más grandes, caros y visibles, pertenecen al mundo militar: Ejércitos inmensos, uniformes, armas de todos los tamaños y calibres, tanques, aviones, desfiles, misiles, submarinos, portaaviones… Espadas, escudos de armas, báculos, collares, tronos y medallas. Es infinita la diversidad existente en toda la simbología que representa al poder. Ni tan solo sabemos la enorme cantidad de símbolos que puede llegar a alojar y reconocer nuestra mente inconsciente.

¿Y la gente civil, los de a pie?

Pues igual que los poderosos o las instituciones, el resto de la humanidad tenemos nuestros propios símbolos. Cada uno según su nivel o capacidad económica e imaginativa: joyas, yates, mansiones, coches deportivos, lujo de todo tipo, cualquier clase de ostentación… incluso un buen vestido o un traje elegante que marquen una diferencia, esa diferencia que necesitamos para sentirnos poderosos.

¿Y hay más?

Por supuesto que sí, todo el mundo tiene su «pata de conejo» casi todos tenemos esa ropa que nos sienta tan bien y con la que nos sentimos especiales, esos zapatos con tacones que nos elevan, o que nos hacen pisar firme, esa marca tan cara a la que soy adicto y que me diferencia, esa camisa que nos ponemos siempre que… ¿a que sí?

Sí, ¡sensación de poder! Si has conducido un gran vehículo o si has escalado una cumbre o realizado un gran logro has podido sentirla. Existe un montón de cosas y de causas capaces de transmitir esa sensación. Algunas son propias o internas: fuerza física, inteligencia, estatura, juventud, belleza… Otras son externas: dinero, cargo o posición, recursos, posesiones…

Y, ¿sabes?, resulta que el poder tiene la capacidad de transformar. Mejor aún, para ser precisos, diremos que tiene la capacidad de acelerar e incrementar, es un catalizador.

Todo el mundo ha oído que el poder corrompe. Pero en mi opinión no es así, simplemente amplifica, facilita, o permite mostrar más rápido y a mayor tamaño, lo que tú realmente eres, ya sea para bien o para mal.

El dinero, las armas, o cualquier objeto son inertes. Pero las personas nos transformamos cuando poseemos ciertos elementos de poder, nos pasa a todos en mayor o menor medida. ¿Conoces a alguien que al hacerlo jefe haya cambiado su comportamiento? Seguro que sí.

Tal vez el ejemplo más claro y sencillo en el que quizás te reconozcas, es simplemente cuando conduces. El coche nos transforma. Hace que tímidos ciudadanos se vuelvan agresivos, impacientes, vulgares o soeces, por poner algunos ejemplos. Sencillamente ocurre que, la mayoría, consideramos el vehículo que conducimos como una parte de nosotros mismos, como una extensión de nuestro poder. Nos auto-atribuimos su tamaño, su potencia, su velocidad o su fuerza, como si fuesen propios. Y lo usamos.

Si observamos el poder en todas sus diferentes formas, podemos dividirlo en dos grandes grupos, el que nos otorga todo lo externo a nosotros (dinero, posesiones, cargos…) y el que es nuestro, el interno. La gran diferencia es que el primero nos lo pueden arrebatar, lo podemos perder, y eso nos vuelve a la vez temerosos. Dicen que la gente adinerada siente angustia y honda preocupación por la posible pérdida de su dinero. Yo no lo sé, si logro acumular una fortuna podré explicarlo.

En cuanto al poder interno, también podemos dividirlo, a su vez, en dos grupos: el que cambia con el tiempo (fuerza física, belleza, juventud…) y el que permanece inalterable con nosotros: inteligencia, control, autoconfianza, equilibrio interior, amor… ¿Amor? Sí, amor, tal vez el más grande de todos los poderes. Recuerda que Dios es amor. Y el primer mandamiento (a mí me gusta más como lo llaman los ingleses, «compromiso»), dice: Amarás a Dios sobre todas las cosas. Pero eso es para otro día, hoy no toca.

Llegados hasta aquí, te diré algo que me ha llevado toda la vida descubrir, y lo voy a compartir contigo:

se trata de la diferencia que existe entre fuerza y poder. Después de una vida de luchar, de correr, de estirar y de empujar, para lograr… lo que fuese, he descubierto que las cosas buenas, las que valen la pena, no pueden ser conquistadas, conseguidas, ni dominadas.

He descubierto que el éxito es esquivo, que cuanto más lo persigues más se aleja. Es como correr con el sol a tu espalda, a cada paso que das, tu sombra da otro, jamás puedes atraparla.

Si quieres tener éxito en la vida no puedes perseguirlo, debes atraerlo. Es como correr con el sol a tu frente, a cada paso que das, tu sombra da otro, te persigue.

La fuerza conquista, pero deja huella y resentimiento en lo conquistado, es temporal, ningún imperio permanece, las aguas siempre acaban volviendo a su antiguo cauce. El poder convence, atrae de buen grado, y es permanente. No hay poder real en la fuerza, pero sí existe mucha fuerza en el poder.

El auténtico poder no está en la acción ni en el movimiento, está en la calma y en el «centramiento». El auténtico poder radica en estar presente y en estar consciente. En decidir sin miedo y libremente, no en reaccionar condicionado e inconscientemente. No puede haber poder cuando hay duda o hay miedo. Para reconocer el poder, para conectar con él, es necesario el silencio, es necesario calmarse, encontrar el centro, aquietarse, «regresar a casa».

Los budistas y otros religiosos lo saben desde hace siglos y así lo reconocen todas las tradiciones místicas.

El poder externo, de dar o quitar, solo funciona mientras permanece la promesa o la amenaza. Una vez desaparece, deja de ejercer su influencia. Sin embargo, el poder de la atracción, es interno, no ejerce fuerza ni presión, es movido por el deseo y la pasión internas, las fuentes inagotables que lo alimentan.

¿Qué de qué estamos hablando? Pues estamos hablando de ti, de lo que puedes llegar a ser, a hacer y a tener. Si consigues ser poderoso o poderosa.

Los psicólogos saben bien que el mayor de los miedos de los altos directivos es el de perder su empleo. Con él pierden el dinero, las tarjetas de crédito, su despacho, su coche, su casa, y su equipo de colaboradores. Despojados de todo ello, tan solo quedan ellos mismos. Y la pregunta que se hacen es ¿Quién soy yo ahora?, ¿cómo me presento? Y a muy pocos les suele gustar la respuesta. Y es que desnudos, todos somos iguales. ¿Sabías que la razón de los uniformes es la de igualar (uniformar) a todos dentro de un rango, de poner a cada uno en su sitio?

Por eso, desde siempre, la primera y principal labor de sicólogos, coaches y terapeutas, es la de mejorar la autoimagen del paciente o del cliente, de aumentar su poder… Para que pueda hacer y lograr.

En coaching, se llama «empowerment» (empoderar, mal traducido), hacer que el cliente se sienta capaz de hacer, de enfrentarse a sus miedos o limitaciones, de trascenderlas.

En PNL se llaman «anclajes» un recurso programado voluntariamente que te conecta consciente e inmediatamente, a un momento en el que tu yo más poderoso estaba al mando, cuando nada te limitaba o amenazaba y te sentías poderoso y capaz, ¿recuerdas las preguntas del inicio? Pues de eso va todo esto.

Y existe una clara relación entre lo que piensas que eres, en la capacidad de acción que te otorgas a ti mismo, en lo que te impulsa o en lo que te limita, en definitiva, en quién crees que eres.

Existen tres etapas en el desarrollo humano:

  1. La primera es la formación, adquirir conocimientos e información.
  2. La segunda es el desarrollo profesional y personal, adquirir experiencia y crecer tanto como profesional como en el terreno personal.
  3. La tercera es el desarrollo espiritual, adquirir presencia y consciencia, trascender el ego.

La segunda y la tercera no son objetivos ni cursos, son un camino.

¿Qué por dónde empezar? Pues depende de dos factores: de dónde estés ahora y a dónde quieres llegar. Mi consejo: consigue una rueda de la vida, en internet hay muchas y da lo mismo si es de 6 o de 8 radios, contiene los valores comunes y compartidos por toda la humanidad. Y escribe metas en cada área. Si perseveras, al final acabarás llenándola de espiritualidad. Es inevitable.

Ya sabes:

Llama y se te abrirá. Busca y encontrarás. Pide y se te dará.

Con todo esto, tan solo he pretendido que tomases consciencia del poder, de toda su simbología, y de cómo puede cambiar tu vida si lo usas bien.

Pero no hay nada nuevo bajo el sol, por eso concluyo con dos frases de dos personas de éxito (no se lo digas a nadie, pero igual obtuvieron el éxito porque usaron el poder, el interno, claro, que es el que conlleva, inexorablemente, al externo. Psssss, silencio…)

Hay una fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía atómica: la voluntad.

Albert Einstein

Tanto si crees que puedes, como si crees que no puedes, estás en lo cierto.

Henry Ford

¿Has llegado hasta aquí? Pues permítete el poder de decir algo, por ejemplo, lo que piensas.

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Fermín Lorente

Fermín Lorente

Experto en mejorar RESULTADOS EMPRESARIALES. Formador en organización empresarial y en liderazgo. Fundador de New Deal.

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